Un artículo de Fernando García-Andrés, Decano-presidente del Colegio de Economistas de Cantabria, “Keynes al rescate”, publicado el jueves 16 de abril en el Diario Montañés despertó, una vez más, mi curiosidad por la figura del prestigioso economista británico John Maynard Keynes (1883-1946), uno de los más influyentes del siglo XX por la repercusión mundial de sus ideas macroeconómicas en el ámbito económico y político.
Tal y como ha ocurrido en ocasiones anteriores como consecuencia de distintas publicaciones de Fernando en este medio, y dada la amistad que nos une, le he solicitado en esta ocasión, una vez más, autorización para publicar su escrito en este blog con fines académicos para su divulgación entre el alumnado de la familia profesional Administración y Gestión, principalmente.
Tuvo una gran aceptación entre el alumnado de los ciclos formativos de FP Básica, Servicios Administrativos (SAD); de Grado Medio, Gestión Administrativa (GAD) y de Grado Superior, Administración y finanzas (AyF) y Asistencia a la Dirección (ADIR), y del profesorado perteneciente al departamento de Administración y Gestión, sendas publicaciones de Fernando el curso pasado que subí a rincondeldirector.com el 18 de abril de 2019, REFLEXIONES ELECTORALES DESDE LA ECONOMÍA y el 21 de marzo de 2019, ECONOMÍA DIGITAL.
Las circunstancias en las que Fernando presenta “Keynes al rescate”, son sustancialmente distintas a las del año pasado. Desde que se dictara el Estado de Alarma en España, el pasado 14 de marzo, la paralización socioeconómica que estamos sufriendo no tiene parangón alguno.
Los españoles, además de ciudadanos de otros países europeos y de latitudes de los cinco continentes, apenas nos hemos recuperado del shock emocional que ha supuesto la pandemia causada por el Covid-19. La suspensión de la actividad educativa presencial en los centros educativos y la paralización de la actividad económica, cultural, deportiva y social, salvo en los denominados sectores esenciales, nos ha confinado en nuestras casas ante el asombro y perplejidad inicial de los más optimistas seguido de inseguridad, miedo e incertidumbre ante la evolución sanitaria de la pandemia y el devenir impredecible del reinicio de la actividad económica y social.
Las víctimas mortales causadas por el Covid-19 han desbordado cualquier previsión inicial hace solamente unas semanas. Miles de muertos, decenas de miles de personas infectadas por el virus y de familias destrozadas por el dolor causado por la pérdida de sus seres queridos –la mayor parte de ellos en la más triste soledad- han sumido a la ciudadanía en un estado de desorientación y de temor por su vida. Sirvan estas palabras para trasladar a todos los familiares y amigos de las víctimas mis más expresivas condolencias.
A ello contribuye, además, la angustia y preocupación sobre el futuro en términos económicos, de productividad y de empleo. Esta situación sobrevenida puede causar un destrozo personal y familiar sin precedentes. La crisis derivada de todo ello nos puede hacer retroceder varias décadas en lo que al estado de bienestar se refiere.
En este escenario, agradezco el mensaje que traslada a la sociedad el Decano-presidente del Colegio de Economistas de Cantabria, Fernando García-Andrés, aportando propuestas y soluciones que ya adelantaba para situaciones del dramatismo que ahora nos ocupa el ilustre economista británico al que se refiere en “Keynes al rescate”.
KEYNES AL RESCATE
Fernando García Andrés
Decano-presidente del Colegio de Economistas de Cantabria
En febrero de 1936 vio la luz el libro de John Maynard Keynes, la teoría general de la ocupación, el interés y el dinero. Su impacto fue notable. Se llegó a hablar de la “revolución keynesiana”. Con el trasfondo de la gran crisis de 1929, Keynes instaura una nueva versión del capitalismo, trata de refundarlo y hacerlo más eficiente en un plano de economía mixta, con un papel estelar asignado a la política fiscal, y en el centro de todo ello un activo papel a la actuación del Estado en la economía. Como ha dicho el Premio Nobel de Economía Paul Krugman, “Keynes vino a salvar el capitalismo no a hundirlo”. Y en realidad se trataba de un giro muy importante respecto a las teorías -de corte neoclásico- imperantes en esa época. La lucha contra el desempleo, la generación de la demanda efectiva, los incentivos a la inversión, etc… constituyeron componentes de primer orden con los que el enfoque keynesiano impregnó a la macroeconomía a partir de su publicación.
Una de las principales preocupaciones de Keynes se refería a cómo promover la mayor riqueza social posible y asegurar su justa distribución entre la mayor cantidad de ciudadanos. El elemento central de dicha producción de riqueza son los empresarios y sus impulsos que se enfrentan todo el tiempo a la incertidumbre inherente al futuro. En ese dilema y coherente con su preocupación, Keynes propuso la intervención estatal como fundamento de las expectativas empresariales.
El posterior agotamiento de las políticas de corte intervencionista llevó a una resurrección del neo-liberalismo. Tras la caída del muro de Berlín y la desaparición del comunismo, muchos de sus seguidores se mudan de la vieja religión de Marx a la renovada mística de los mercados libres.
La crisis financiera y económica que estalló en el otoño del 2007, fue también una crisis de la economía como ciencia; abrió una etapa de desconcierto presidida por la desconfianza, la inestabilidad y la incertidumbre. Quedaron en evidencia los pilares sobre los cuales se había construido el edificio de la ciencia económica hasta entonces vigente: la hipótesis de los mercados eficientes y las expectativas racionales. En la revisión de las ideas inducida por la crisis algunos economistas destacados volvieron la vista a la obra de Keynes buscando precedentes que pudieran ayudar a comprender lo que se considera como la gran recesión actual, que tuvo como precedente a la gran depresión (1929-1934).
La curva del coronavirus parece que se va aplanando y es bien seguro que descenderá más tarde. Sin embargo, la curva de la crisis es más impredecible. Y dependerá de cómo se ataquen sus consecuencias para que haya más o menos víctimas que las que produzca la pandemia sanitaria.
Sucede que cuando las cuadernas del capitalismo chirrían es cuando los economistas de todo el mundo invocan a Keynes, porque sostenía que, frente a una recesión, las políticas correctas de resguardo fiscal debían dejarse de lado, recurriendo al gasto público, incluso más allá de los ingresos disponibles. Hoy, ante la actual pandemia económica, la mayoría parece encaminada a aplicar sus consejos. Trump acaba de promulgar el mayor paquete de ayuda económica de la historia (2,2 billones de dólares), que incluye ayuda a hospitales, préstamos a las áreas y empresas más damnificadas y la entrega de 1.200 dólares para quienes tengan ingresos inferiores a 75 mil dólares anuales. El FMI plantea inyectar 2,5 billones de dólares en los mercados emergentes. En el ámbito de la Unión Monetaria Europea, la cooperación resulta todavía más necesaria porque la interrelación de las economías es mucho mayor. Los efectos desestabilizadores sobre el mercado interior y sobre el euro y, por tanto, sobre todos y cada uno de los estados miembros, independientemente de cómo se vean afectados por el shock inicial, son potencialmente tan elevados que deberían actuar como incentivo para adoptar soluciones europeas. Hasta este momento la movilización de fondos de 25.000 millones de euros para afrontar la crisis del coronavirus, resultan a todas luces insuficientes. La pieza esencial que falta por diseñar, y sobre la que todavía no hay acuerdo, sería algún mecanismo de respaldo financiero-fiscal que evite que la crisis sanitaria pueda poner en riesgo la moneda única y permita la mutualización de una parte de sus costes.
Keynes ha cobrado actualidad ante la evidencia de que la incertidumbre es cada vez mayor en un mundo globalizado, con dosis crecientes de inestabilidad y vulnerabilidad. El mensaje que nos ha dejado es la necesidad de adecuar las instituciones a la aceptación de que la incertidumbre radical existe, y no podemos comportarnos como si fuera posible transformarla en riesgo susceptible de medición.
En este entorno de dudas y brumas, Keynes aparece como fuente de inspiración. Sus ideas han forjado actitudes y políticas económicas ampliamente compartidas en el largo período de prosperidad de la posguerra, y no son ajenas a esa prosperidad; los problemas que estimularon su pensamiento -el paro, la inflación, el orden monetario mundial- aún están con nosotros, y las respuestas que Keynes ofreció aún conservan validez, en unos casos, y relevancia polémica, en otros.
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