Hablando de educación y de renovación o transformación pedagógica algunas personas pecan de esnobismo apropiándose de principios pedagógicos que estuvieron ya vigentes en los sistemas educativos del pasado siglo XX
No pretendo con esta entrada desdecirme de mis firmes convicciones pedagógicas que deben guiar los procesos de aprendizaje en la actualidad. Pero, demos “al César lo que es del César”. En ningún caso he renunciado a principios y valores universales del pasado que siguen hoy vigentes y que lo serán en el futuro.
Tal vez sea este un buen momento para recordar algunas de mis reflexiones plasmadas en entradas como APRENDIZAJE MEDIANTE PROYECTOS, de 29 de marzo de 2016; ARRANCA LA XXXIX PROMOCIÓN DE ALUMNOS DE FP EN DECROLY, de 23 de septiembre de 2016 o SE ME QUEDÓ EN EL TINTERO, de 30 de septiembre de 2016, por centrarme en unos escritos relativamente recientes.
De esa última entrada quiero extraer un párrafo muy apropiado para esta ocasión. “Decroly ha transitado, sin prisa pero sin pausa, de la era analógica, a la que perteneció en su nacimiento, hasta la actual era digital. Como si de un largo túnel del tiempo se tratara hemos dado pasos firmes orientados a liderar una corriente educativa creativa e innovadora para responder a la demandas de una sociedad cambiante exponencialmente. Para ello ha sido preciso mantener el rumbo de su ideario, basado en los principios pedagógicos de insignes pedagogos como William Kilpatrick, John Dewey, Maria Montessori, Jorge Kerschensteiner u Ovide Decroly, entre otros.”
Al final de este post voy a incorporar el texto completo de PEDAGOGOS DEL SIGLO XX: EL MÉTODO DE PROYECTOS, publicado en este digital el 14 de junio de 2011. En aquella entrada tuve un reconocimiento expreso a John Dewey, considerado el padre de la Pedagogía moderna, y a sus coetáneos y discípulos, como menciono en el párrafo anterior. Ello no es óbice, sin embargo, para reafirmar contundentemente la clara determinación de Decroly por dar respuesta a las necesidades educativas y formativas de los ciudadanos de este siglo XXI, con nuevas estrategias y recursos apropiados para cada ocasión.
Es una evidencia, y por ello no precisa explicación alguna, que vivimos en una sociedad cambiante. A diario surgen nuevas formas de hacer y de actuar, de vivir y de entender, en la hoy denominada era digital. Todo ello es fruto de la confluencia de múltiples factores como son la globalización, el impacto de la robótica y de las tecnologías de la información y de las comunicaciones. Más recientemente, el fenómeno de la digitalización está “golpeando” las cambiantes estructuras sociales y de comportamiento de los ciudadanos en su círculo personal, familiar y, de manera más concluyente, en los entornos productivos, profesionales y empresariales.
Todo ese conglomerado de tecnologías aporta valor añadido a la práctica docente cotidiana. Esos recursos con los que se familiarizan muy fácilmente los hoy denominados “nativos digitales”, –expresión utilizada por Marc Prensky en su artículo “Digital Natives, Digital Immigrants”- representan un antes y un después en la historia de la educación. Ahora bien, ni todas las propuestas educativas convencionales están obsoletas ni todos los nuevos recursos son tan buenos como algunos los pintan. Lo que ha funcionado bien durante décadas, no lo cambies… ¡no sea que lo estropees al hacerlo!
La sociedad está cambiando y, por tanto, la educación no puede ser insensible a esa realidad. De hecho, existe un clamor popular, y una tendencia generalizada entre los profesionales de la educación, a favor de incorporar a los procesos de aprendizaje todos aquellos recursos tecnológicos disponibles para facilitar unas nuevas metodologías que propicien la participación activa y cooperativa de todos los discentes, sin excepción.
La educación inclusiva y la equidad salen fortalecidas con esas aportaciones. En suma, esos materiales didácticos que ahora disponemos permiten estimular positivamente las aptitudes, el talento, las actitudes y comportamiento de los alumnos de cara a una posterior transformación del conocimiento en valores y competencias, sean las denominadas clave o transversales, bien de carácter personal, social o profesional.
Y llegado a este punto aprovecho para reafirmar mi firme posición en favor del uso de toda suerte de tecnología audiovisual y digital en el aula. Estos recursos han suprimido todas las barreras que impedían, en muchas ocasiones, el buen quehacer generalizado de los profesionales docentes.
Hoy, en la era digital, en un mundo poblado por jóvenes nativos digitales, el sistema educativo no puede mirar hacia otra parte y obstinarse, ahora sí lo afirmo, en conservar metodologías y recursos obsoletos del pasado. La tecnología aplicada a la educación y el uso habitual y permanente de internet y los dispositivos electrónicos como son los móviles, las pizarras digitales, el software educativo y las apps más variopintas a las que accedemos con suma facilidad, deben formar parte de los recursos habituales del profesorado y del alumnado en las aulas de cualquier nivel educativo.
Los alumnos se sienten cómodos empleando esas tecnologías y dispositivos. ¿Por qué poner puertas al viento? El éxito reside, estoy seguro, en utilizar y gestionar adecuadamente el uso de esos recursos. Si así fuere, el beneficio educativo de todos los alumnos estaría garantizado. Por otro lado, el manejo de todos aquellos dispositivos que forman parte del día a día de las personas –alumnos y profesores- debe incorporarse a la educación sin reserva alguna.
La utilización de la tecnología facilita el desarrollo del aprendizaje autónomo y ayuda al estudiante a construir su propio aprendizaje. Los límites deben depender, exclusivamente, de las decisiones operativas determinadas por el profesor.
Finalmente, veamos la parte positiva de las cosas. Por supuesto, el uso indiscriminado de internet y de las redes sociales puede conducir a situaciones poco recomendadas. Pero, la realidad generalizada constata que esas herramientas favorecen la interacción entre los alumnos y el profesorado, ¿por qué no?, el trabajo en equipo, la facilidad para que el alumno progrese a su propio ritmo con contenidos específicos y materiales acordes a sus particulares cualidades, capacidades e intereses.
En Decroly apostamos por la innovación pedagógica permanente. Solo las limitaciones presupuestarias frenan la dotación al centro de los equipamientos y recursos más transformadores para el ejercicio de la práctica educativa cotidiana. Ello no es óbice, sin embargo, para que el profesorado de Decroly se adhiera a los retos y desafíos a los que se enfrenta el centro hoy, en 2018, y mañana, y en años sucesivos. Cualquier esfuerzo es poco para dar respuesta a las necesidades formativas de los alumnos procedentes de entornos diversos y de las más variopintas circunstancias educativas y socioculturales.
Es nuestra obligación profesional, moral y social esforzarnos por hacer de Decroly un modelo de centro innovador, inclusivo, en el que todos los alumnos encuentren la horma de su zapato, donde todas las personas reciban una educación y formación de calidad, acorde con su talento y su particular idiosincrasia.
Si hemos de adaptar el currículo, hagámoslo; si hemos de transformar las aulas en verdaderas comunidades horizontales de aprendizaje, hagámoslo; si hemos de abordar propuestas específicas para cada alumno, con el fin de paliar el abandono escolar y de erradicar el fracaso escolar, hagámoslo;…
No se entiendan mal estas afirmaciones. ¡Ya estamos trabajando al amparo de esos principios! Fortalezcamos un enfoque educativo cambiante, dinámico capaz de satisfacer las inquietudes y demandas no solamente de los estudiantes sino también de los empresarios y de la sociedad en su conjunto.
Dice Angela Davis, una activista afroamericana y profesora de Filosofía de la Universidad de California en Santa Cruz, en los Estados Unidos, una frase que comparto, independientemente de estar muy alejado de sus postulados políticos: “No estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar, estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar”.
PEDAGOGOS DEL SIGLO XX: EL MÉTODO DE PROYECTOS
Fco. Javier Muñiz Bárcena
14 de junio de 2011
En el umbral de la era digital, de la que tanto se escribe a diario, un recuerdo a los ilustres pedagogos del siglo XX nos permitirá reflexionar sobre los sólidos pilares en los que se sostiene la educación de este milenio, apenas comenzado.
La publicación de los nuevos planes de estudio en los programas de cualificación profesional inicial (PCPI) y de los ciclos formativos de grado medio (CFGM) y superior (CFGS), derivados de la implantación y desarrollo de la LOE, requiere una permanente actualización tecnológica de los centros y pedagógica de los profesionales docentes responsables del subsistema educativo de la formación profesional.
Una de las características de los CFGS hace referencia a la incorporación en el plan de estudios de un módulo de Proyecto. En mi opinión, la correcta gestión de este módulo formativo marcará la diferencia en relación con el plan de estudios anterior, en ese nivel educativo. Recordemos, por otro lado, que los CFGS pertenecen al ámbito de la educación superior. La elaboración de un proyecto exige una puesta en acción de todo un elenco de capacidades y competencias que deberán ser plasmadas en un documento con valor relevante y que demuestre la capacidad investigadora del alumnado. El profesorado guiará y orientará, permanentemente, el desarrollo de esa experiencia investigadora.
Si volvemos la vista atrás, y nos detenemos en los máximos exponentes de la pedagogía moderna que surgieron en el pasado siglo XX, encontraremos en un lugar prominente a William Kilpatrick, a quien se le atribuye la autoría del método de proyectos, gracias a la publicación de su obra “Desarrollo Proyectos”. Hay expertos que afirman que Kilpatrick, más que una técnica didáctica sentó, en aquel libro, las bases y fundamentos del diseño de planes de estudios de formación profesional.
Pero las grandes obras tardan en aplicarse en la práctica. El método de proyectos comenzó a tener una cierta relevancia en España a partir de los años 90, fecha en que tuvo un especial protagonismo el denominado constructivismo pedagógico, una teoría que propone que el individuo construya su propio conocimiento. En esa misión el docente es sólo uno más que aprende y que, en cierto modo, asesora a los alumnos. El constructivismo se encuentra totalmente vigente en la actualidad, por su permanente búsqueda de ideas innovadoras aplicables en el aula, con la inestimable ayuda de las tecnologías de la información y de las comunicaciones (TIC).
Aquellos históricos pedagogos, a quienes hoy se les atribuye la autoría de esta aportación a las ciencias de la educación, formaron el primer movimiento pedagógico del siglo XX. Me interesa señalar, junto a William Kilpatrick, a John Dewey, en los Estados Unidos; a Maria Montessori, en Italia; a Jorge Kerschensteiner, en Alemania y a Ovide Decroly –cuya pedagogía me impactó desde mi época de estudiante de magisterio e inspiró la denominación de nuestra entidad-, en Bélgica. Recomiendo una lectura de las aportaciones de los personajes citados porque constituyen, junto a otros, una corriente pedagógica de una indiscutible actualidad.
La elaboración de un proyecto, en el contexto de un plan de estudios de formación profesional, tanto en el ámbito de la educación secundaria (CFGM) como de la educación superior (CFGS), en los que actúa cotidianamente Decroly, requiere una reflexión del conjunto del claustro y de cada equipo de profesores de familia profesional. A ello invito, a través de estas líneas.
Nadie mejor que el equipo docente de cada ciclo para definir cada proyecto; fijar sus objetivos y plan de acción; establecer criterios para su ejecución individual o en grupo; definir metodologías activas y participativas; determinar o proponer las herramientas TIC u otras propias de la escuela 2.0; asesorar, informar y orientar a los participantes durante su desarrollo y establecer los adecuados mecanismos de evaluación y refuerzo de los resultados parciales y finales del mismo. En definitiva, como proponía John Dewey, considerado por todos los expertos como el padre de la pedagogía moderna, –learning by doing– aprender haciendo.
Invito a nuestros profesionales docentes, también, a revisar las docenas de trabajos/proyectos elaborados por cientos de alumnos de Decroly que realizaron en nuestro centro los estudios de CIT –Cambridge Certificate in Information Technology -; DIT –Cambridge Diploma in Information Technology-; CBS –Cambridge Certificate in Business Skills y, ¿Cómo no? tantas y tantas tesinas –dissertations– de todos aquellos alumnos que pasaron por Jovellanos desde el año 1996.
Aquí, esto lo indico particularmente para los docentes que se han incorporado a “bordo” de Decroly en los últimos años, pueden aportar una extraordinaria experiencia la mayor parte de los profesores veteranos de Decroly como Miguel Ángel Rodríguez, Antonio Medrano o Sergio Ibáñez, entre otros, que fueron el verdadero alma mater e estos programas durante años.
Sirvan estas líneas para llamar la atención de una metodología activa y participativa para que el alumnado alcance el éxito y la excelencia en el aprendizaje; en la que el estudiante adquiera un protagonismo fundamental; basada en la realización de proyectos y resolución de casos y problemas; apoyada en las actuales herramientas TIC, que enriquecen nuestra actividad profesional.
Finalmente, actualicemos nuestra cultura pedagógica leyendo a los ilustres pedagogos antes citados y… ¡a otros! como Piaget, Vygotsky o, el recientemente nominado Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales, Howard Gardner, si nos aburrimos este verano.
Por todo lo anteriormente expuesto, ante el reto que ello representa, debemos conjurarnos todos los profesionales docentes de Decroly, con el apoyo del equipo directivo y de los departamentos de familia profesional, para hacer de nuestra institución un centro de referencia prioritaria en los círculos educativos de nuestra comunidad autónoma.