Educación en valores y disciplina positiva

Quienes disfrutamos del placer de pertenecer a una familia en la que ocupa un lugar primordial los hijos y/o nietos, en su caso, asumimos la responsabilidad de educarlos en valores de todo tipo, muchos de ellos transmitidos generación a generación por nuestros respectivos padres y abuelos sin abdicar de otros que se van imponiendo en una sociedad cambiante a un ritmo trepidante como la actual

Ese escenario familiar se traslada al ámbito escolar en el que las familias confían a sus hijos -niños, adolescentes y jóvenes- con el fin de que alcancen las más altas cotas educativas posibles. En ese contexto se sitúa una1-javier-muniz realidad cotidiana que ocupa a padres y educadores cual es la convivencia de unos y otros con sus hijos y educandos. Se trata de un entorno de amor paterno filial, y de cercanía, respeto y cariño profesional, no exento de controversia derivada de actitudes y comportamientos no deseados que se producen a lo largo del día.

La familia y la escuela personifican el espacio natural de nuestros jóvenes estudiantes. En ese ambiente crecen y se desarrollan biológica e intelectualmente; interiorizan valores y principios positivos; conviven en un medio en el que asumen hábitos y costumbres arraigados en la cultura familiar y determinados en el carácter propio de cada centro educativo. La familia y la escuela facilitan un escenario plural de creencias que permite adoptar decisiones, discernir entre unas y otras conductas, apreciar las bases sobre las que se sustentan las metas y objetivos que construyen su propia realidad personal.

Al hablar de educación en valores es preciso tener presente los sueños de cada uno de nuestros hijos, nietos y alumnos por el binomio familia escuela. También,  los ideales que simbolizan; las normas que presiden y orientan su conducta; en suma, aquellas convicciones que les indican cual debe ser su comportamiento en unas u otras situaciones familiares, escolares y sociales. A mayor abundamiento, las administraciones públicas impulsan la educación en valores como uno de los principales desafíos que coadyuven a la excelencia, a la equidad y a la inclusividad educativa. Los agentes económicos y sociales, por su parte, demandan una sólida educación en valores, también, para transitar por el sendero que conduzca a la formación de personas con firmes principios y con actitudes positivas, tolerantes y solidarias.

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El nexo familia centro educativo facilita a padres y docentes su misión educativa. ¡Cuanta más cercanía y colaboración, mejor! Y… ¡cuantos más agentes se sumen a esa loable tarea, más de lo mismo! Como reza en un proverbio africano, reiteradamente utilizado por el profesor y filósofo José Antonio Marina, “se necesita de toda la tribu para educar a un niño”. Ahora bien, ello no es óbice para constatar que el día a día familiar y escolar se caracteriza, además, por momentos que requieren reorientar conductas contrarias a las directrices de padres y profesionales docentes o a otras que vulneran normas legales de obligado cumplimiento.

Esas acciones inapropiadas forman parte, también, por supuesto, de la idiosincrasia del niño, del adolescente o del joven, tanto en su círculo familiar como en el escolar o social en el que se desenvuelve. A veces, esas actuaciones espontáneas, sin maldad intrínseca alguna, generalmente, se califican de “mala educación”, “indisciplina”, “falta de respeto” y con otros apelativos similares. Se acude a estas expresiones cuando no se portan bien, desobedecen las indicaciones de padres y/o profesores, contravienen aquello considerado “políticamente correcto” según los valores deseados y las regulaciones establecidas, en su caso.

Y es en este momento cuando “los mayores” –padres y profesores- adoptamos medidas disciplinarias para 3-granddaughtercorregir esos comportamientos no deseados. Existen, principalmente, dos corrientes a la hora de establecer acciones correctoras, tanto en casa, por los padres y madres, como en los establecimientos educativos, por maestros y profesores.

Sociólogos, pedagogos y expertos coinciden en el diagnóstico de ambas. Una, de corte tradicional, que yo me atrevo a denominar Disciplina Represiva, fundamentada en actuaciones punitivas; otra, impulsada en los años 80´del pasado siglo por Jane Nelsen y Lynn Lott, señalada con el apelativo de Disciplina Positiva, basada en un modelo que entiende el respeto mutuo y la cooperación como ejes vertebradores de la relación padres e hijos y maestros – profesores y alumnos.

En relación con la primera de las dos posturas –en mi opinión absolutamente trasnochada- es frecuente escuchar, en foros de distinto tenor de carácter educativo y de atención a las familias, frases desalentadoras como: “ya no sé qué hacer”, “lo hemos intentado por activa y por pasiva”, “no me hacen ni caso”, “no puedo con ellos”… y otras similares.

Esas manifestaciones denotan una sensación de impotencia que desborda la capacidad emocional de unos –madres y padres- y de otros –maestros y profesores-. Sin embargo, cuando les formulas una pregunta tan sencilla como “¿de qué manera has intentado encauzar esas conductas no deseadas de tus hijos y/o alumnos?” la respuesta, prácticamente unánime, sigue un mismo hilo conductor que, en mi opinión, no puede ser más desalentador. Se constata, continuamente, que sus acciones correctoras se centran siempre en gritos, reprimendas y castigos apoyados, en muchas ocasiones, por la supresión de privilegios, premios, regalos… Y ese proceder no surte resultado positivo alguno. Por eso, yo me sumo a la mítica frase de Albert Einstein: “si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo”. Parece obvio que habría que intentar otras opciones.

Como alternativa a la posición descrita surge una segunda teoría más acorde con las modernas tesis que avalan la educación del siglo XXI. Se trata de la Disciplina Positiva. Los principios y herramientas que sostienen esta4-polacos-de-itiendecroly-3 teoría fueron descritos por Jane Nelsen y Lynn Lott -fundadoras de la Asociación Americana de Disciplina Positiva-, en los años 80´del pasado siglo y autora del libro «Disciplina Positiva».

El modelo de Disciplina Positiva se basa en conocer la forma de actuar de los hijos, en casa, o de los discípulos, en la escuela, con el fin de orientarles y acompañarles en su toma de decisiones. De esta manera, padres y profesores les proporcionamos la posibilidad de resolver por sí mismos sus propios errores y, además, les instamos a que sean conscientes de sus eventuales conductas equivocadas.

La Disciplina Positiva huye de recursos como el control excesivo o la permisividad. Sin embargo, favorece la comunicación como elemento facilitador de la resolución de conflictos, promueve la adquisición de habilidades sociales, estimula la motivación para aprender, auspicia la cooperación horizontal y vertical, fomenta la participación en tareas y facilita comportamientos muy estimados como son la flexibilidad, la responsabilidad y la autodisciplina, entre otros.

Y para lograr las metas precitadas, me sumo a las propuestas literales planteadas en una reciente conferencia dictada en un centro educativo por Jane Nelsen, recogidas en el libro referido.

Amabilidad y firmeza juntas evitan el autoritarismo y la permisividad. Cuando no surtan efecto ofrezca opciones. «Sé que quieres jugar a los videojuegos pero tu tiempo terminó. Podemos dejarlo o la tendré que guardar».
Conecte emocionalmente antes de corregir al niño. «Te quiero, pero la respuesta es no».
Preguntar en lugar de dar órdenes potencia el desarrollo de un pensamiento propio en el niño. «¿Qué tienes que hacer para que no se te piquen los dientes?», frente a «lávate los dientes».
Confiar en el niño le ayuda a creer en sí mismo. «Veo que no es fácil, pero creo que si lo intentas otra vez puedes lograrlo».
Motivación. Un niño que se porta mal es un niño desmotivado, que no se cree aceptado o valorado.
Evite consentir en exceso para que no desarrolle la 5-lituanos-de-vbtc-2creencia de que se debe hacer todo por él. Si el niño se identifica con «yo soy capaz», se siente más preparado para afrontar las dificultades.
Cálmese antes de tratar de solucionar un conflicto. Es mejor esperar a que el ambiente sea más tranquilo y se haya recuperado la capacidad de razonar.
El ejemplo es la mejor enseñanza que recibirá su hijo. ¿Si usted no maneja su conducta, considera que el niño lo hará?
Cumpla con lo que dice o de lo contrario el niño aprenderá que no tienen valor sus palabras.
Exponga qué hará y no entre en luchas de poder. «Cuando la mesa esté puesta, serviré la cena».
Valore las conductas positivas y los logros. «¡Qué bien y qué rápido te has puesto la ropa hoy!».
Ayudar en casa. El niño se siente integrado, desea contribuir y desarrolla nuevas habilidades y capacidades.
Mire a su hijo a los ojos cuando le hable. Sólo en ese momento en el que haya establecido contacto visual comience a conversar. Es más factible que escuchen de este modo que si les lanzamos las órdenes a gritos o desde la otra punta de la habitación.

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