Una tradición en mi familia, que se repite cada verano, consiste en organizar una barbacoa en mi casa para celebrar la llegada del buen tiempo y compartir mesa y mantel todos mis hermanos, acompañados por cónyuges, hijos y nietos, en su caso
En esta ocasión, la iniciativa surgió a propuesta de mi hija Tracy. Por primera vez en muchos años voy a disfrutar de la presencia y compañía de Tracy, de sus hijas Alana y Olivia y, también, de su marido Ben. Este verano, la familia Hirst –Tracy, Ben, Alana y Olivia– permanecerá en Santander –en su casa- hasta el 15 de setiembre. Si bien, por razones profesionales Ben estará a golpe de mata entre nuestra tierra y Dewsbury, ciudad en la que tiene fijada la residencia habitual y en la que se encuentra ubicada su empresa.
Cuando Tracy me sugirió hacer una barbacoa con nuestra familia en el jardín de mi casa el pasado domingo, día 24 de julio, me puse muy contento. Primero, porque cualquier motivo es suficientemente bueno para reencontrarte con tus seres más allegados; segundo, porque los años van pasando y, casi sin darnos cuenta, comprobamos que alguno de los más queridos ya no se encuentra con nosotros. Eso sí, siempre les tenemos presente. En cualquier evento familiar no puede faltar unas botellas de sidra El Gaitero, la preferida por mi madre, Marina, y por mi padre, Rosendo, a quienes echamos de menos sus hijos y nietos.
Los preparativos fueron minuciosos. En primer lugar, la promotora y artífice del encuentro, Tracy, utilizó una cuenta de grupo en WhatsApp a través de la cual produjo todas las comunicaciones con sus primas y tíos. Vista la aceptación por parte de la mayoría, inició todas las gestiones de “intendencia” que concluyeron con una velada en la que disfrutamos de lo lindo.
Yo llevo las chuches, dijo Elizabeth; de las coca colas me encargo yo, informó Isabel; el pan y unas raciones de marmita es cosa mía, Socorro dixit; Olha preparó una ensaladilla rusa exquisita; el mouse de limón corrió a cargo de Maite, una “especialista” sin igual en postres que nos endulza cada encuentro, a pesar de encontrarse lesionada en esta ocasión; la tarta de chocolate casera la trajo Marta; el maestro de ceremonias Ben con el apoyo logístico de José Mari –al final se invirtieron los términos- y, en fin, Tracy y yo nos encargamos de los “otros detalles” en colaboración con Mercadona y Lupa.
Recogí a Nikita en Bilbao, regresé a Santander y, en compañía de “los Hirst” –Tracy, Ben, Alana y Olivia– preparamos la parrilla, colocamos las mesas y las sillas, pusimos los manteles y colocamos toda la parafernalia propia de una barbacoa. Y así, poco a poco, fueron llegando los “comensales” con sus “cestitas” correspondientes (chuches, el pan y la marmita, bebidas –el agua y el vino lo puse yo-, los postres,…). A continuación, ¡manos a la obra!, ¡a menear el bigote!
Los entremeses fríos sirvieron para dar el pistoletazo de salida. Nikita, que acababa de llegar de Liverpool, después de pasar dos semanas en un Campus organizado por the Language Gallery y la International Academy de Liverpool Football Club en Myerscough College, se unió al grupo para, entre otras cosas, contarnos sus múltiples aventuras en Inglaterra. Lamentablemente, no pudimos contar con mi esposa Marharyta al tener que aplazar el vuelo de regreso de Crimea, después de visitar a babushka –abuela- (su madre, Elena) durante las mismas dos semanas que estuvo ausente Nikita.
Con la barbacoa de carbón viento en popa a toda vela, atizada inicialmente por el maquinista Ben y su ayudante José Mari, la brasa se puso a punto de caramelo, lista para asar a la parrilla una exquisita costilla, unos deliciosos morunos para rechuparse los dedos, los sabrosos pinchos de pavo recomendados por el carnicero, choricitos caseros, hamburguesas… Todo ello, ¡para dar y tomar!
Veo a mis hermanos con frecuencia, pero rara vez a todos juntos, si exceptuamos alguna reunión puntual en navidades. Disfruté como un “enano”; ellos también. La verdad es que no se necesita casi nada para ser feliz, me susurró mi hermana Isabel. Yo, cómplice, asentía. ¡Qué razón tiene! Estuvimos los “cuatro jinetes de la apocalipsis”: José Luis, Carlos, Sinfo y yo franqueados por la susodicha y por Maite, que nada más que hace darnos disgustos; se tropieza con todo, ¡maldita sea! Eso sí, en el estado de su WhatsApp tiene escrita una frase muy alentadora: “lo importante de una familia no es vivir juntos sino estar unidos”. Es verdad. ¡Y nosotros lo estamos!
Mis sobrinas acudieron a la cita. Todas, sin excepción: Elizabeth; Marta y Sara; Carmen y Marina e Isabel. Juntas, pero no revueltas, disfrutaron de una tarde en la que no faltaron las jocosidades de rigor y las bromas y anécdotas en las que tuvieron un protagonismo muy especial sus hijos y sobrinos: Martín y Ana; Laro y Diego, ¡también nietos de mis hermanos José Luis y Sinfo! Claro que, en materia de nietos, yo me llevé la palma. Matthew e Ethan; Claudia y Valeria –además del “pegado” Joan, por parte de mi hijo Kelly (Candela no pudo estar en esta ocasión). Alana y Olivia pusieron su particular “toque anglosajón”; dos joyas para ampliar la línea sucesoria que representa mi hija Tracy y su marido Ben.
La ensaladilla, deliciosa, se terminó en un “plisplás”; los entremeses fríos y las chuches se degustaron, pero toda la tropa centró sus esfuerzos en el “ataque” a los morunos y al chorizo. Eso sí, acompañado por un calimocho adornado con un vino de rioja reserva y por otras bebidas refrescantes. Risas, bromas y anécdotas acompañaron la velada entre las que causó especial revuelo las aventuras de la “noche toledana” de Nikita en la residencia de Myerscough College celebrando la despedida del Campus con sus amigos internacionales.
Los postres… ¡apoteósicos! Todos somos golosos en esta familia. Y el mouse de limón de Maite no lo he probado mejor en restaurante nacional e internacional alguno. ¡Riquísimo! Me ha dado la receta. ¡Lo voy a intentar! Parece sencillo…
Y ¿qué decir de los niños? Se lo pasaron “bomba”. Comieron bien; jugaron al fútbol, ¡incluso Claudia y Valeria!; montaron en bicicleta. Olivia, participó sin llamar mucho la atención –solo tiene 14 semanas- y Alana -18 meses- nos entonó unos “cantos anglosajones”, forzada por las circunstancias: tenía un pelín de fiebre, la están saliendo las muelas, en fin, circunstancias propias de la edad. Hacia las cinco de la tarde, observé cómo Laro se aproximaba a la piscina. ¡Está fría el agua, gritaba! Poco a poco se fue arrimando a la orilla toda la prole (infantil). Se descalzaron y mojaron los pies,… ¡y saltaron al agua, unos detrás de otros! Los mayores, a continuación.
Al atardecer, comenzó el éxodo. Unos y otros fueron “recogiendo velas”. Cuando me quedé solo, me senté en el salón de mi casa y, repasando la jornada, disfruté de lo lindo en compañía de mis pensamientos. Una velada familiar maravillosa. Juntos, pero no revueltos. Felices por compartir como antaño, en vida de mis padres, abuelos y bisabuelos unos momentos que fortalecen nuestros sentimientos y espíritu de familia unida.
Galería de fotos:
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