Un encabezamiento muy sugerente para esta entrada, aunque he de manifestar que no ha sido una ocurrencia mía para titular este post sino la elección de José Ramón Alonso Belaustegui para denominar su libro “Memorias de un niño de mi pueblo” recientemente publicado, en abril de este año, por la Editorial Círculo Rojo
Al reflexionar sobre el contenido de este escrito, dedicado a la obra y al autor aludidos, me viene a la mente una cita del filósofo, poeta, periodista y político liberal cubano José Martí (1853-1895), un personaje, eso sí, de triste recuerdo para los españoles. Me refiero a “plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”, frase lapidaria en la que concreta las tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida.
Visto de una manera superficial podríamos fácilmente concluir que la expresión se refiere a tres asuntos que encierran una relativa dificultad. Para plantar un árbol es suficiente disponer de una semilla; a redactar aprendemos rápido en la escuela y pronto somos capaces, incluso, de escribir un libro de más o menos páginas; tener un hijo es inherente a la especie humana y a su capacidad reproductora.
Sin embargo, si nos paramos a reflexionar seriamente sobre ese aforismo probablemente nos introduzcamos en un laberinto del que sea difícil salir airosamente, de forma unánime y consensuada. Equiparar esas tres acciones no deja de ser sorprendente por la sustancial distancia que las separa y diferencia. Ahora bien, sin entrar en disquisiciones que no hoy no toca precisar, “plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro” es uno de esos adagios que nos invita a pensar sobre cómo dejar huella y legado a nuestros descendientes; acerca de cómo conseguir que nuestro nombre trascienda para el futuro.
Ignoro si el autor de “Memorias de un niño de mi pueblo”, José Ramón Alonso Belaustegui (Santoña, 1969), ha plantado uno o más árboles. Se lo preguntaré el próximo día que le vea. Lo que sí conozco es que ha creado una familia; que tiene no uno sino dos hijos maravillosos, distintos pero extraordinarios, que constituyen la pata esencial de la mesa de su felicidad.
Hoy mi reflexión está inspirada en el libro que ha escrito José Ramón y que yo me lo he “merendado” de una sentada. El título “Memorias de un niño de mi pueblo” le viene como anillo al dedo. He quedado sorprendido, e impresionado a la vez, con el contenido de esta singular obra en fondo y forma.
Cuando el domingo pasado, día 01 de mayo, me encontré con José Ramón durante mi visita a la Feria de la Anchoa en Santoña tuve la oportunidad de hablar con él largo y tendido sobre su libro. Al mismo tiempo, compartimos algunos agradables momentos de ocio acompañados por amigos comunes. Durante la soleada jornada matinal visitamos los stands, tomamos un chato en el bar de Pedro Luis García Cobo, conversamos apasionadamente con Íñigo Fernández García sobre el momento histórico que nos toca vivir, realizamos una ronda por todo el distrito ferial y compramos unas latas de las mejores anchoas jamás degustadas.
En “Memorias de un niño de mi pueblo”, José Ramón Alonso Belaustegui, describe con una profusión de datos impresionante la “vida y milagros” de sus convecinos de Santoña, vistos desde la retina de un niño, primero, de un adolescente y joven, después. Tenía solamente seis años cuando conoció en vivo y en directo el impacto de la muerte del general Franco, el 20 de noviembre de 1975. En esa fecha inicia un importante compendio de relatos, el primero de ellos le titula así, precisamente, en los que narra y describe multitud de situaciones protagonizadas por él y por muchos de sus convecinos.
Es asombrosa la memoria histórica que despliega José Ramón. Lo pone de manifiesto desde el primer relato y mantiene su fina erudición a lo largo de todos los capítulos de su libro. Su capacidad para contar los hechos acaecidos en el período 1975-1994 y de reflexionar sobre su repercusión en los habitantes de su pueblo demuestra el poso cultural que le ha proporcionado la historia del día a día durante esa época.
El libro está escrito en tono jocoso y fresco, propio del niño que lleva dentro José Ramón. Un niño que, al convertirse en adulto, ha querido regalar a sus convecinos de Santoña, y a la sociedad en general, un sinfín de anécdotas y de hechos históricos en los que los protagonistas han sido la inmensa mayoría de los santoñeses. José Ramón Alonso es acreedor, por mérito propio, al título de “notario mayor del reino” de Santoña, permítaseme parafrasear la conocida expresión.
Decía al comienzo de este post que había leído el libro de una tirada. Si. Me enganché desde el primer minuto y ya no lo dejé hasta su conclusión. Una entretenida tarde-noche de domingo amenizada por una lectura que me sumergió en una etapa histórica de gran contraste con la realidad actual. Tengo que reconocer que yo mismo me he sentido actor, siquiera secundario, de la “película” que protagonizan el autor y sus conciudadanos del pueblo de Santoña.
Para concluir esta entrada quiero expresar mi reconocimiento a José Ramón Alonso por haber tenido el coraje y la determinación de escribir “Memorias de un niño de mi pueblo”. Su ilusión inicial por dar a luz esta obra se retroalimentó, estoy seguro, con el esfuerzo y dedicación necesarios para la realización de un trabajo bien hecho y alcanzar la meta deseada. Solo necesitas unos minutos de diálogo sobre el libro con José Ramón para apreciar su demostrada pasión, ingenio e imaginación para relatar la crónica más completa jamás escrita sobre las personas de Santoña en el período 1975-1994. La prodigiosa memoria de José Ramón le ha permitido recordar, recuperar y transcribir con entusiasmo las más increíbles situaciones vitales de las que ha sido protagonista.
Antes de despedirnos el domingo pasado José Ramón me regaló su libro. Muchas gracias. He aprendido muchas cosas con su lectura. Incluso su dedicatoria me emocionó positivamente por la profundidad del mensaje que encierra: ”Cuando los sentimientos se llevan en lo más profundo del corazón, la memoria de un niño es eterna”.
Ojalá “Memorias de un niño de mi pueblo” se difunda por toda la región y allende sus fronteras.