Casi todos los días del año han sido nominados por los más diversos organismos nacionales e internacionales como «Día…»; alguno de ellos, Días Internacionales, por Naciones Unidas
Sin embargo, ningún otro «Día…» me inspira tanta alegría como el Día Internacional de la Felicidad. Establecido el 20 de marzo de 2013 por la Asamblea General de Naciones Unidas (ONU), mediante una resolución decretada el 12 de julio de 2012, se celebra en todo el mundo desde entonces. Si de mí dependiera, señalaría el Día Internacional de la Felicidad como referente cotidiano de la ciudadanía universal para ser festejado y ensalzado sin reserva mental alguna y para facilitar emociones positivas que ilusionen a todos los seres humanos, sin excepción.
Me quedo, en primer lugar, con una cita del Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, publicada en la web institucional del Día Internacional de la Felicidad, creada por ese organismo internacional: “En estos momentos de graves injusticias, guerras devastadoras, desplazamientos masivos, miseria absoluta y otras causas de padecimientos provocados por el hombre, el Día Internacional de la Felicidad es una oportunidad mundial para proclamar la primacía de la paz mundial, el bienestar y la alegría.” ¡Y qué razón asiste al ilustre mandatario!
Hablar de felicidad es hablar de las cosas de la vida, de aquello que preocupa y ocupa a las personas. La felicidad es una aspiración legítima que no admite discusión alguna por cualesquiera razones que pudieran argumentarse. La felicidad es patrimonio universal. Por ello, la celebración del Día Internacional de la Felicidad sirve para hacer un alto en el camino y reflexionar sobre aquello que merece la pena a todos los ciudadanos de los cinco continentes.
Cantabria se sumó a esta efeméride organizando un sinfín de actos, de lo más variopintos. Aquellos promovidos por la asociación “El Ejercito del Amor” que lidera el periodista Mario San Miguel, se desarrollaron entre los días 16 y 20 de marzo en locales emblemáticos de Santander como el Parlamento de Cantabria, el Paraninfo de la Magdalena o el pabellón de “mi colegio”, PP Escolapios. El programa incluyó actividades variadas como conferencias, sesiones colectivas de meditación, risas y danzas. Exalumno mío en la vieja EGB y en los cursos de inglés de Decroly, Mario es un joven extraordinario que aglutina todos aquellos valores que admiro, respeto y comparto y que anhela ser feliz. Estoy seguro que lo consigue.
La felicidad se me antoja una aspiración universal de los seres humanos. Por ello, el concepto poliédrico de felicidad debe incorporarse al amplio elenco de valores transversales, un bien de interés general que debe auspiciarse desde todo tipo de foros, incluidos aquellos de responsabilidad directa de las administraciones públicas. Permitid que estas palabras que escribo para sumarme, siquiera testimonialmente, a la exaltación de este Día Internacional de la Felicidad sirvan, cual de un virus contagioso se tratara, para contribuir a la felicidad de cuantas personas nos rodean.
Me viene a la mente una frase lapidaria del sacerdote Jesús Urteaga (1921-2009) que, en su programa de TVE «Solo para menores de 16 años”, en antena desde el año 1961 hasta 1966, citaba siempre al final de cada una de las emisiones: “siempre alegres para hacer felices a los demás«. Han transcurrido más de cincuenta años y reconozco que ese mensaje se convirtió en una máxima categórica para mí. Tal es así que no dudo en “sacarle a pasear” siempre que el contexto me lo sugiere, como es el caso hoy en este Día Internacional de la Felicidad que la sociedad internacional acaba de conmemorar.
Pero, ¿Qué es la felicidad?, podrán preguntarse algunos. ¡No lo sé! No encuentro una definición suficientemente convincente. Tal vez, podríamos aproximarnos al concepto de felicidad, y a entender ese sentimiento, incorporando eclécticamente aquellos estados de ánimo positivos que nos inspiran cada día. No deja de ser, sin embargo, sino una sensación subjetiva, en mi opinión. La felicidad inunda mi hábitat afectivo cuando me siento a gusto con las personas de mi entorno; con las cosas que me rodean cotidianamente; con mi quehacer cotidiano; eso sí, se alimenta de pequeños estímulos, muchas veces, asociados a la actitud o disposición emocional en un momento determinado.
El Padre de la Psicología Positivista, el norteamericano Martin Seligman, defiende la postura de que la felicidad es el fruto de la suma de actividades y de emociones positivas, tales como la satisfacción, el placer corporal, el orgullo, la alegría o el optimismo. La felicidad impregna la vida de las personas cuando alcanzan sus objetivos, cuando resuelven satisfactoriamente los retos y desafíos a los que se enfrentan cada día. En el Día Internacional de la Felicidad homenajeamos, también, a quienes enarbolan la bandera de la felicidad como santo y seña de todas las personas que trabajan sin denuedo alguno por el bien común de todos los seres humanos.
Una de mis pasiones, desde mi más temprana juventud, ha sido viajar por los cinco continentes. He sido, y soy, una persona curiosa que anhelo conocer la realidad vital del común de los mortales. Así, por enumerar algunas experiencias emocional e intelectualmente enriquecedoras, quiero señalar mi visita, en su día, a las personas que habitan en las favelas de Rio de Janeiro; en las zonas deprimidas, a las afueras de la Habana, en Cuba; en el mercado flotante de Bangkok; en las reservas indias de Norteamérica; en los guetos Haitianos de la República Dominicana; en los aledaños de las cascadas del Dunn, en Ocho Ríos, Jamaica;… en la que siempre me encontré con personas con un denominador común: su semblante, adornado con una sonrisa, irradiando felicidad a pesar de sus lamentables circunstancias apreciadas desde el cristal de este observador de la realidad social de los más desamparados.
Tal vez, un ramillete de frases célebres nos aporte alguna dimensión adicional sobre este noble sentimiento, patrimonio de todos los seres humanos pero anhelado, a su vez, por una importante parte de la población mundial. La felicidad se torna en desventura como consecuencia de la insensibilidad de una sociedad injusta que abdica de la responsabilidad con sus semejantes más desfavorecidos, abandonándoles a su libre albedrío en condiciones infrahumanas de habitabilidad, de pobreza y de carencia elemental de recursos básicos.
“La felicidad humana”, aseveró el estadista y científico estadounidense Benjamin Franklin, “generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días”. El escritor ruso, Leo Tolstoi, afirmó: “Mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo”. El filósofo y escritor francés, Jean Paul Sartre, dijo: “Felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace”.
Finalmente, os dejo dos frases que me resultan especialmente inspiradoras: una, atribuida al novelista y ensayista francés André Maurois, “¿Qué hace falta para ser feliz? Un poco de cielo azul encima de nuestras cabezas, un vientecillo tibio, la paz del espíritu”. Otra, señalada por el poeta y dramaturgo alemán, Goethe “El hombre feliz es aquel que siendo rey o campesino, encuentra paz en su hogar”.
Y acabo esta reflexión sumándome a los deseos expresados por Ban Ki-moon mencionados en su cita destacada al comienzo de esta entrada. Además, para añadir un tono más jocoso e informal a esta reflexión, termino con una frase que dio lugar al título y la letra principal de una canción humorística en 1988 del compositor de jazz Bobby McFerrin: “Don,t worry, Be happy” (“No te preocupes, Sé feliz”)