Las fiestas navideñas se caracterizan, entre otras cosas, por reunir a las familias y compartir momentos felices recordando a los seres queridos que ya no se encuentran entre nosotros
Así ha ocurrido en mi caso. La presencia de mis hijos y de mis nietos el día de Noche Buena y de Navidad en mi casa, así como de otros familiares directos –hermanos, sobrinos y sus respectivos consortes, vástagos incluidos,- colmó mis expectativas de felicidad para esas entrañables fechas. Así lo reflejé en la primera parte de mi entrada Semillas de ilusión, esperanza, paz y prosperidad, de 28 de diciembre, en la que exteriorice mis emociones y sentimientos con una dosis de entusiasmo renovado.
Año tras año, también participa en esta navideña reunión familiar, mis antepasados más directos, si no in corpore, sí en alma presente. Entre todos ellos, un lugar muy especial le ocupa mi madre, Marina, una persona que lo dio todo por sus hijos en una simbiosis ejemplar de esfuerzo, sacrificio, dedicación y pasión sin igual para que todos y cada uno lográramos nuestras metas. Esa tarea, no exenta de obstáculos y contratiempos, en ocasiones, la compartió, sin fisura alguna, con Rosendo, mi padre.
A la hora de los postres revivimos el tradicional ritual de brindar con cava (José Mari, Soco,…) y con sidra, aquellos que lo hacíamos codo a codo con ella, con mi madre, (Carlos, Sinfo, Maite, Marharyta… ¡y yo mismo! Eso sí, ¡sidra El Gaitero, que es la marca que no podía faltar en vida de mi progenitora en los grandes eventos familiares!
Y “metidos en faena”, ¿cómo no? salieron a relucir mis abuelos paternos –Pilar y Rosendo-; los maternos –Asunción y “Roque”– y mis bisabuelos por parte de padre –Luisa y Claudio-, todos ellos tan distintos entre sí pero poseedores de una sabiduría natural extraordinaria. Siempre cuento a mis resignados hijos, nietos y familiares que comparten mesa y mantel esos días conmigo la ilusión de mi abuelo Rosendo porque yo ingresara en el Seminario de Corbán. Lamentablemente, una dura enfermedad se lo llevó prematuramente de este mundo y no pudo ver cumplido el sueño de que su segundo nieto fuera sacerdote.
Recordar los “discursos” personalizados del bisabuelo Claudio durante la visita de sus biznietos el Día de Reyes para recoger los aguinaldos y las andanzas del abuelo “Roque” nos retrotrajeron en el tiempo y provocaron sonrisas emocionadas de mis hermanos bajo la mirada incrédula de mis hijos y nietos.
También, y ahora ya toca en este post, no faltó el recuerdo de una persona excepcional, única e irrepetible –si se me permite la hipérbole literaria- que, desde la
Escuela Unitaria de Mompía, mi pueblo, marcó la senda de mi trayectoria vital y la de otros muchos niños y adolescentes de la localidad. Me refiero a Dª María Torner, la maestra que ha estado presente en mi vida personal y profesional de forma permanente. La figura de Dª María siempre emerge en mi alma y en mi corazón –y puedo asegurar que lo mismo ocurre con los “niños” de Mompía de los años ´50 del pasado siglo XX. En estas fechas, además, por coincidir con el 8º aniversario de su fallecimiento, ocurrido el 19 de diciembre de 2007 a los 96 años, siempre la invocaremos con cariño.
Quiero introducir un comentario sobre la profesión docente, al hilo de este recordatorio de Dª María, una maestra ejemplar donde las haya. Sí; existe un sentimiento generalizado entre el colectivo de profesionales docentes (maestros de Educación Infantil y Primaria y de profesores de Secundaria y de Formación profesional) de falta de reconocimiento social de su función en la tarea de educar y formar a sus discípulos. Tal vez tengan razón. Pero, ¿qué opinan los alumnos de sus profesores? ¿Coincide su pensamiento con esa percepción?
Hoy no toca abundar en las respuestas a estas preguntas pero sí quiero dejar constancia de que la inmensa mayoría de los escolares y sus familiares reconocen el valor educativo y social que aportan los profesionales docentes. Esta sensación mía no es casual. Yo he vivido muy de cerca esta profesión como maestro, profesor y directivo. No me cuesta ningún reparo afirmar que, salvo excepciones no significativas, los profesionales docentes hemos sido y somos apreciados y valorados por nuestros alumnos y sus padres o tutores. Otra cosa bien distinta es la legítima pretensión de cualquier colectivo, también del docente, de aspirar a las cotas más altas de reconocimiento social. En este caso me estoy refiriendo al otorgado por las Administraciones públicas y otros espectros de población.
Con esta entrada no pretendo contar mi vida personal y familiar sin más. Lo hago porque me siento orgulloso de mis vivencias. Y hoy, con estas palabras, solo pretendo abundar en una reflexión colectiva dirigida a nuestros alumnos y a sus padres/tutores. Es una evidencia contrastada que, en Decroly, existe una sensibilidad muy especial para centrar la labor educativa y profesional de los docentes en la figura y persona de todos y cada uno de sus alumnos. Si así se les reconoce, ello será suficiente para reforzar su percepción de autoestima y prestigio.
Y yo no me reprimo, ni me escondo, ni dudo. Más bien, por el contrario, me erijo en abanderado de esa propuesta de reconocimiento y agradecimiento al profesorado de este centro por parte de alumnos y padres emulando el que yo siempre he dispensado a mis profesores en las distintas etapas educativas. Un botón de esa muestra se puede apreciar en mis publicaciones en esta revista digital, concentradas en la categoría María Torner, particularmente en entradas como Soy feliz, feliz, feliz,…!, de 18 de noviembre de 2013; Va por ti, Dª María, de 28 de diciembre de 2012 o Recordando a Dª María Torner, mi maestra, de 09 de diciembre de 2009, entre otras.
Es de bien nacidos ser agradecidos, dice el refrán popular. Yo suscribo el fondo del mensaje que encierra esta joya del refranero español y lo aplico con vehemencia a Dª María Torner y a la inmensa mayoría de los maestros y profesores que he tenido en las diferentes etapas educativas de mi trayectoria vital. Ellos fueron protagonistas de mi desarrollo personal y profesional. Invito a todos los actuales y anteriores alumnos de Decroly a manifestar esa gratitud a sus profesores, si así lo sintieran, para contribuir de esa manera al refuerzo de su reconocimiento social.
Por lo que a mí respecta, en relación con Dª María Torner, mi maestra, quiero dejar constancia, una vez más, que siempre ocupará un lugar especial en mi corazón. ¡Qué mejor muestra de cariño profesional, de reconocimiento y agradecimiento eterno a esta maestra ejemplar! Ella representa un modelo a imitar por todos los profesionales docentes que hemos tenido el placer de conocerla y aprender de sus magistrales enseñanzas.
Gracias, Dª María, por tu dedicación vocacional a mi persona y a todos y cada uno de tus discípulos. Gracias por tu compromiso con mi familia y sus familias. Gracias por enseñarme a leer y a pensar, y por ayudarme a descubrir mi talento y a desarrollar mi inteligencia en los primeros años de mi vida. Gracias por quererme; si, por quererme y por hacerme inmensamente feliz.
Sirvan estas líneas para publicar a los cuatro vientos mi eterna gratitud y reconocimiento a tu persona y a todas tus virtudes y valores que engrandecen y prestigian la profesión docente.