Aquellos que vivimos la función directiva con ilusión y pasión sin límite recibimos cada día un sinfín de muestras de reconocimiento, alegría y satisfacción por el desempeño de una tarea cuya recompensa social se traduce en agradecimiento y complicidad positivos de cuantas personas aprecian el trabajo bien hecho y nuestra contribución al entusiasmo, expectativas y felicidad de las personas
Sin embargo, también estamos expuestos a reacciones poco saludables; a veces, incomprensibles; en ocasiones, sorprendentes; en otros momentos, simple y llanamente ingratas. Reflexionando sobre los sinsabores que ocasionalmente produce la función directiva me recordé de una entrada, Ingratitud, publicada en mi blog el 22 agosto de 2011, justamente en pleno período vacacional. En aquel post encajé algunas frases obtenidas en fuentes diversas que, al describir el concepto “ingratitud”, señalaban su significado muy concluyente desde ópticas diversas.
Así, la Real Academia Española de la Lengua, escribía yo entonces, define ingratitud como “desagradecimiento, olvido o desprecio de los favores recibidos”. Un amigo mío de tertulia musística (referida al juego de MUS) deslizó un proverbio paraguayo: “La gratitud es la menor de las virtudes; la ingratitud el peor de los vicios”. Otro compañero de fatigas lúdicas definió la ingratitud con otros sinónimos como indiferencia, egoísmo, deslealtad, apatía. Para aquella ocasión recopilé una serie de citas de las que traigo a colación, de nuevo, dos muy significativas: una, de Quevedo, “pocas veces quien recibe lo que no merece, agradece lo que recibe”; otra, de Luis XV de Francia “cada vez que proveo una plaza vacante, creo cien descontentos y un ingrato”.
Los directores de los centros educativos somos conscientes en general, y yo no soy una excepción, de las muchas limitaciones que acuñamos en relación con nuestra formación directiva específica en materia de planificación; evaluación del desempeño profesional; resolución de conflictos, arbitrariedades e intereses; técnicas de gobierno y administración, diseño curricular, liderazgo;… gestión de recursos humanos y económicos;…
Por otro lado, las funciones inherentes al cargo conllevan un sinfín de responsabilidades y atención a cotidianos problemas que derivan en una impresionante carga de trabajo. Esa realidad se traduce en un progresivo incremento del estrés –preocupante enfermedad profesional ya catalogada- y en una mayor dedicación, quien sabe si acompañada de la eficacia y eficiencia esperadas. Simultáneamente, y en paralelo, esa situación cotidiana conduce, asimismo, a un cierto grado de aislamiento, fruto de la incomprensión de algunos y la falta de apoyo de otros.
Los directores de establecimientos educativos –particularmente de aquellos de titularidad privada- nos enfrentamos cada día a la realización de los temas ordinarios inherentes al desempeño de ese cargo y a dilucidar problemas históricos, muchas de ellos enquistados, como son la falta de tiempo y de recursos, sean humanos o de otro tenor; a la exigencia misma de la responsabilidad y compromiso de ese puesto; a la ausencia de apoyo suficiente por parte de la Administración; a las dificultades propias del desempeño ante la diversidad de tareas; a la gestión eficaz del tiempo o la frecuente escasa implicación de una parte de la comunidad educativa, sean alumnos, padres o profesionales del sector; a la incomprensión de propios y extraños, entre otros.
Además, y relacionado con los docentes, afortunadamente en un minoritario porcentaje, yo no eludo deslizar este comentario para subrayar que su manifiesta y evidenciable pasividad, desilusión y desmotivación son la causa principal que obstaculiza la implantación de nuevas iniciativas, ideas, proyectos y programas creativos e innovadores para fortalecer la viabilidad y sostenibilidad académica y empresarial de las entidades de iniciativa social, en concreto. También, como no, a la hora de generalizar la imprescindible aplicación de estrategias conducentes a realizar el necesario control profesional de calidad, eficacia y eficiencia indispensable en instituciones educativas del siglo XXI.
He citado muchas veces en mis entradas a este blog al profesor, escritor y filósofo español José Antonio Marina. En la presentación de su libro “Aprender a vivir” recordó el proverbio africano que dice: «Para educar a un niño hace falta la tribu entera«. Emulando a este admirable personaje, en relación con la adquisición y desarrollo de las competencias profesionales de la función directiva de un centro escolar hace falta una vida entera. Eso sí, como si del sistema sanitario se tratara, conviene vacunarse periódicamente para no desfallecer ante los innumerables y cambiantes retos y desafíos que esa responsabilidad conlleva.
Nos encontramos ante una etapa social de transición sin precedentes. Vivimos a diario las vicisitudes propias de la metamorfosis sociopolítica en la Unión Europea y en el mundo entero. Cantabria tiene un nuevo Gobierno fruto de los resultados electorales del 25-M; en unos meses se celebrarán las elecciones generales y afrontaremos un nuevo paso por las urnas para elegir las personas que dirijan los designios de España; en los próximos meses, deberemos afrontar cambios y renovaciones en muchos estamentos, también en Decroly.
Como en ocasiones precedentes, ante el próximo curso 2015-2106, los profesionales actuales de este centro de Formación Profesional y aquellos que se incorporen en un futuro inmediato deberán realizar un trabajo colaborativo sin precedentes para abordar los desafíos a los que todos juntos nos enfrentamos durante los próximos años. Hoy, más que nunca, es preciso aunar esfuerzos desde la posición de cada cual, arropando a los equipos directivos y facilitando su siempre cuestionable gestión, por supuesto.
Es hora de abandonar caprichos pueriles sobre eventuales decisiones organizativas menores que afectan al colectivo y a cada individuo. Demos un paso al frente, no al lateral o hacia atrás. Eso sí, no dejemos ninguna propuesta de mejora que permita hacer nuestro trabajo cotidiano en la mejor de las condiciones posibles, estimulando la motivación propia y ajena para influir en la eficacia y desempeño individual y colectivo de cuantos trabajamos en esta empresa. Con esa finalidad, una alícuota contribución de todos y cada uno de cuantos aquí desarrollamos nuestra carrera profesional facilitará la mejora de los resultados académicos y empresariales, en el más amplio sentido de la palabra.
Los mayores sinsabores y decepciones profesionales los causan aquellas personas que, según publicara Antonio Lamadrid en Gente tóxica, el pasado 15 de junio, entre otros calificativos, …envenenan cualquier entorno; …critican con mordacidad lo que hacen los demás; se sirven de la astucia para hacer sus comentarios hirientes; envuelven el veneno dentro de una agradable fragancia; su pretensión es la de destruir con la palabra, la falsedad, el engaño, la difamación, el falso juicio o el comentario inapropiado…
Ante esta calaña de individuos, escribe Lamadrid, ¿qué podemos hacer? Lo primero de todo es saber reconocerlos: ese es el mejor principio de su fin… Gracias Antonio por tus valientes opiniones y aportaciones; las suscribo plenamente y comparto tus reflexiones que me ayudarán a actuar en el desempeño de mi función directiva.