Tener razón y/o acertar

El jueves pasado, mientras disfrutaba de una partida de mus en el Mesón Santa Cruz de Bezana, formando pareja con mi amigo y compañero habitual en ese juego, Jaime, en contra del dúo formado por Pin y Marcos, surgió una controversia entre Jaime y yo como consecuencia de la decisión que adopté en un lance que supuso ponerse por delante en el tanteo al equipo formado por Pin y por Marcos

El debate surgió al reprocharme Jaime haber cometido un error cuando me jugué un órdago directo a la grande y Marcos me lo aceptó con resultado de pérdida del juegoFJM 0TT0 por mi parte. Como es habitual en este tipo de lances que implican perder o ganar un chico, y mientras Jaime procedía a barajar las cartas para iniciar el juego siguiente, las dos parejas hicimos algunos comentarios para analizar cómo se había producido el desenlace aludiendo, unos y otros, a las típicas frases de: ¡qué suerte has tenido!; ¡se te ha aparecido la Virgen!; ¡te estaba esperando!; ¡qué le vamos a hacer, este es un juego de envite!; ¡siempre tengo razón! y otras similares.

Es entonces cuando mi compañero me recuerda que cometo ese tipo de errores todos los días; que la pareja contraria –Pin y Marcos, en este caso- juegan a un chico menos –según Jaime, yo les “regalo” uno en cada partida, como el aludido anteriormente-; que jugamos todos los días juntos y reitero los mismos fallos; en fin, frases de ese tenor que yo no comparto y trato de justificar ante Jaime con argumentos que no siempre le convencen. Básicamente, yo sostengo que mis decisiones en los sucesivos lances forman parte de la estrategia propia de un juego de envite donde no siempre puedes ser previsible, en función de cómo se van desarrollando las distintas jugadas en un mismo chico.

 partida sinfo, richard

“Tengo razón y,…además, acierto siempre”, me indicaba Jaime. Bueno,… ¡muchas veces, sí, pero no siempre aciertas”!, reconocía yo. Una cosa es tener razón –la mayor parte de las veces, dice Jaime, y yo estoy de acuerdo con él-, pero otra muy distinta es acertar. ¡Qué más da, apuntó Jaime! ¡Tengo razón y acierto!, insistió. ¿Cuál es la diferencia entre una y otra cosa? ¿En qué se diferencia tener razón y acertar? Si tengo razón,… ¡acierto!, argumentaba Jaime. No, contesté yo. La razón se pone a tu lado con mucha frecuencia pero ello no quiere decir que siempre que tengas razón aciertes, reiteraba yo.

El caso es que, al terminar la partida, Jaime reiniciaba la conversación sobre “tener pinrazón y acertar”, argumentando que ambos términos significan lo mismo. Emulando los comentarios realizados al finalizar la susodicha jugada que supuso la pérdida de un chico yo me mantuve en mi criterio de que no siempre tener razón conlleva estar acertado. El caso es que cuando nos íbamos del bar, Jaime me inquirió para que se lo argumentara y explicara cuando tenga un momento. Y aquí estoy, 12 a.m. de hoy domingo, acabo de regresar de desayunar de Gambrinus y, como en otros muchos momentos de ocio, me pongo frente al ordenador para reflexionar sobre el envite de Jaime que me insta a repensar y poner algún ejemplo sobre unos términos que en muchos contextos son equivalentes pero en otros no tienen por qué serlo.

Previamente voy a intentar reproducir el escenario en el que se desarrolló la jugada objeto de la polémica. Da las cartas Marcos; Jaime es mano y da mus; Pin da mus, yo también y Marcos hace lo propio. Nos descartamos. Jaime va a cuatro cartas, Pin y yo a tres; Marcos a dos, si mal no recuerdo. Jaime me pasa la seña de cegueras y musea; Pin da mus y yo, también. Marlos lo quita. El tanteo es muy favorable a la pareja formada por Marcos y Pin. Se encuentran a falta de cinco piedras, si mal no recuerdo; nosotros, a falta de quince. Jaime pasa, Pin también; yo pego un órdago directo y Marcos, sin pensarlo dos veces, previo anuncio a Pin de que tiene tres reyes caballo, me quiere.

 partida de mus

Yo tengo tres reyes siete. Obviamente, pierdo el juego.  “Mal, muy mal”, me dice Jaime. ¡”A pares y a juego”!, continúa. Vistas las cartas, yo también habría optado por esa jugada. Pero, yo tenía tres reyes y un siete y consideré que un órdago directo podría sonar a los contrarios a impotencia, a fulla, ya que habíamos museado la jugada, y me sentía ganador. Lamentablemente, Marcos tenía una jugada superior. ¿Qué habría hecho Marcos con tres reyes y un as/cuatro/cinco/seis/siete?; ¿habría quitado el mus?; y, en ese caso, ¿habría aceptado mi órdago? ¡Sabe Dios! Yo creo que sí y, entonces, ¡habríamos ganado el chico nosotros, Jaime!

Pensemos, por un instante, que la jugada se desarrolla de igual manera, solo que Marcos, en lugar de tres reyes y un caballo coge unos duples de reyes con lo que sea, con caballos, por ejemplo.

En este segundo escenario, yo juego de la misma manera: ¡meto un órdago directo a la grande! Marcos, obviamente, no me quiere. La jugada habría seguido y yo, presumiblemente, habría pasado u ordagueado a pares. En ese supuesto, entiendo que Marcos me habría, cuando menos, envidado. Obviamente, yo estaría obligado a ordaguear de nuevo, primero porque tengo tres reyes y no puedo dejar que se lleve esa piedra ante la situación del resultado y, en segundo lugar, para distraer una eventual fortaleza en juego. Naturalmente, Marcos me habría querido y yo perdido el chico, igualmente.

Pues bien Jaime. Estamos hablando de tener razón y acertar. Tú afirmas que ambas cosas son lo mismo. Yo creo que no siempre. Reflexionando sobre la jugada objeto decarlos tu manifestación te darás cuenta que si nos centramos en lo que realmente sucedió tener razón y acertar coincide con tus opiniones. Sin embargo, en el segundo supuesto, en el que Marcos hubiera tenido duples, jugando con tus criterios la razón se colocaría de tu parte pero no el acierto.

Decía el filósofo y matemático francés René Descartes (1596-1650) que “no hay nada repartido de modo más equitativo que la razón: todo el mundo está convencido de tener suficiente”. Yo, que comparto muchas de tus teorías musísticas y que admiro tu forma de jugar y entender el juego de Mus te concedo, en un 80% de ocasiones, el beneficio de tener razón y acertar en los distintos lances del juego. Yo aspiro, de igual manera que me reconozcas un 20%, en aras de una casuística como la que te he comentado en el hipotético segundo escenario de aquella desafortunada jugada.

Concluyo este post para Decroly Digital, inspirado en un lance de una partida de mus jugada de compañero con mi amigo Jaime, teniendo por adversarios a mis también amigos Pin y a Marcos, con una cita del sociólogo, economista y filósofo italiano Vilfredo Pareto (1.848-1923). A él se atribuye la regla del 80-20, conocida por Principio de Pareto. Decía Pareto que la gente en la sociedad se clasifica en dos grupos: los “pocos de mucho” y los “muchos de poco”. Y ponía algunos ejemplos: el 20% de los propietarios poseen el 80% de las tierras; el 20 % de la población ostenta el 80 % del poder político y de la abundancia económica.

Dejémoslo así en relación con el tema de nuestra reflexión. Jugando al mus yo te concedo el 80% del mérito que en no pocas ocasiones conduce a “castigar” a nuestros adversarios con un café y un chupito (perdón, una botella de agua).

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