Nos encontramos en la recta que conduce a la meta de este primer trimestre del curso 2015-2016 y ha llegado el momento de “rendir cuentas”; aún quedan fechas suficientes para realizar el último esfuerzo y afrontar el sprint final de este período lectivo en óptimas condiciones para garantizar que todos y cada uno de nosotros cruce la línea de llegada y sienta la satisfacción que produce el deber cumplido
Hace un unos días, el 24 de noviembre, colgué en este blog El modelo de evaluación que yo propugno. Se trata de una puntual reflexión surgida como consecuencia de mi participación en una actividad del Consejo Escolar de Cantabria (CEC) y cuyo contenido recogí en Jornada del Consejo Escolar de Cantabria en La Vidriera (I), el 17 de noviembre. Sin ánimo de ser agrio, tengo que reconocer que hablar de evaluación en los centros escolares suena a “ocurrencia” de algunos, especialmente cuando metemos en el “paquete” aspectos que no se encuentren exclusivamente ligados al rendimiento de los alumnos.
Existen numerosos métodos de recogida de datos y no menos tipos de evaluación susceptibles de ser aplicados en un contexto escolar. En el primer caso, métodos de recogida de datos, sin ánimo de ser excluyente, podríamos considerar: observación en el aula, portfolio, entrevistas, cuestionarios, realización de proyectos, exámenes orales, exámenes escritos, entre otros. Todos ellos, por otro lado, orientados a diferentes tipos de evaluación, como por ejemplo: aprovechamiento, normativa legal, continua, formativa, sumativa, conocimientos, autoevaluación, coevaluación,… Eso sí, cuanto he señalado hasta ahora, todas las opciones mencionadas –métodos y tipos- están orientadas al estudiante y su aprendizaje.
Existen reminiscencias de criterios decimonónicos aplicados a la evaluación que deben ser seriamente reconsiderados… ¡y modificados o sustituidos por otros! El actual sistema educativo, auspiciado por una nueva concepción de la educación en la era digital, caracterizada por la irrupción de realidades tales como la globalización, la interculturalidad, el impacto de internet, entre otras, ha incorporado la evaluación del alumno como parte del procedimiento enseñanza-aprendizaje-retroalimentación.
Abandonemos, de una vez por todas, el concepto obsoleto y trasnochado de evaluación como instrumento de detección de debilidades, defectos, errores y faltas cometidas por los alumnos. Demos la vuelta a la tortilla y constatemos a través de ella, por el contrario, su progreso, su trabajo, su entusiasmo, su determinación y el feedback necesario para facilitar el éxito de todos y cada uno de ellos.
Sin perjuicio de mis impresiones concentradas en los cuatro últimos párrafos de El modelo de evaluación que yo propugno, quiero introducir, a título de ejemplo, una reflexión adicional. Muchos maestros y profesores lo hemos practicado con resultados altamente positivos a lo largo de nuestra prolongada vida profesional. Es muy sencillo. Solo necesitamos estar convencidos de cuál es nuestra verdadera misión como docentes y vencer cualquier atisbo de resistencia a un cambio beneficioso para todas las partes actoras en el proceso de enseñanza aprendizaje, particularmente para los estudiantes.
Volvamos a la entradilla de este post. Nos encontramos a dos semanas del final de este trimestre y tanto el equipo directivo de Decroly como los profesores y alumnos tenemos el deber y la obligación moral y profesional de aunar esfuerzos para que todos nuestros estudiantes logren la mejor “marca” posible al traspasar la línea de meta de esta primera evaluación. Disponemos aún de tiempo suficiente para imprimir un último “arreón” que facilite el logro de los objetivos establecidos en cada módulo y que ello se traduzca en alegría, satisfacción, mejora de la autoestima individual y, en suma, felicidad de todos y cada uno de nuestros discentes.
Y… ¿cómo lo vamos a conseguir? Muy sencillo. Os propongo una práctica que, en mi opinión, no entraña dificultad o contratiempo alguno. Veamos. Quien más o quien menos, en el entorno del profesorado, aplican el tipo de evaluación continua entre los anteriormente indicados a título de referencia. Además, unos y otros profesionales docentes utilizan como método de recogida de datos, en su caso, pruebas complementarias, en formato de exámenes de uno u otro tipo, que aportan información adicional objetiva sobre la realidad de cada estudiante. Llegado ese momento, cada profesor dispone de testimonios suficientes para “poner una nota” –calificar– a sus discípulos. A partir de entonces se produce la sesión de evaluación pertinente con participación de todo el profesorado de cada equipo docente y la posterior “entrega de notas”.
Pues bien, yo propugno una tarea previa a la publicación de los resultados definitivos de esta primera evaluación. Se trata de dedicar una o más sesiones ordinarias de clase a corregir en público el/los exámenes pertinentes realizados. Así, cada alumno conocerá los errores cometidos y, a su vez, dispondrá de una nueva oportunidad de mejora con la orientación personalizada del profesor.
Esta actuación conducirá a la comprensión, enmienda y superación de las lagunas y debilidades evidenciadas por cada uno de ellos. De esta manera, el profesor y cada alumno disponen de un tiempo muy valioso y productivo para consolidar los aciertos además de para corregir y subsanar los errores que eventualmente hayan podido cometerse. Todo ello sin perjuicio de aplicar un nuevo proceso de evaluación antes de adoptar la decisión final.
¿Existe algún impedimento para considerar esta propuesta? Se trata de conceder una oportunidad de mejora a los estudiantes mediante una visión crítica y razonada de sus conocimientos y competencias evitando, a su vez, actuaciones descalificadoras o penalizadoras. Sinceramente, pienso que no. Más bien, por el contrario, esta medida afianzaría el concepto de una evaluación formativa, integrada en el proceso de enseñanza aprendizaje, con una clara intención de ayudar al alumnado a superar los obstáculos que les impiden aprobar.
La evaluación formativa aporta un elemento innovador, de trabajo y esfuerzo cooperativo, de gran valor pedagógico. De esta manera, los profesores ponderan adecuadamente el hecho de transmitir información y de entender por qué los estudiantes no la comprenden para suprimir un factor importante que origina un fracaso escolar evitable. Asimismo, esta iniciativa refuerza el concepto de educación inclusiva que abandera Decroly. Estas sesiones colectivas de coevaluación y retroalimentación proporcionan una respuesta educativa a todos los alumnos sin excepción desde el aula para que todos ellos alcancen el éxito en su aprendizaje en igualdad de condiciones.
Enseñar, aprender y evaluar son en realidad tres procesos inseparables. Añadiría también retroalimentar, un concepto que define muy bien la denominada evaluación dinámica. Porque, en definitiva “dime qué y cómo evalúas y te diré qué y cómo enseñas y qué y cómo tus alumnos aprenden”.
Termino esta entrada con el primer párrafo de la contraportada del libro “Cómo dar clase a los que no quieren”, de Joan Vaello Orts. “El secreto de enseñar no es tanto transmitir conocimientos como contagiar ganas, especialmente a los que no las tienen. Qué hacer con estos alumnos para integrarlos en la clase, o al menos conseguir que permitan trabajar a los que sí quieren, es el principal reto de las enseñanzas obligatorias, lo que pasa por la consecución de un buen clima en el aula y en el centro mediante la creación de condiciones propicias que no se van a dar espontáneamente, sino que deben ser creadas por el profesor”.