Educar, sí; prohibir, no

Hace unos días leí un reportaje del periodista Álvaro Machín, en el Diario Montañés, titulado “El móvil llega tarde a clase”. De su lectura se deduce la diversidad de opiniones cualificadas en torno al uso de los teléfonos móviles en los centros escolares y en las aulas y, por ello, quiero expresar mi particular opinión, de sobra conocida en la comunidad educativa decroliana, por otra parte

La controversia suscitada en el entorno educativo por la generalización del uso de los móviles por los alumnos en los centros escolares se mantiene viva y se ha convertido1 FJM 03 en un elemento de discusión y debate permanente en los equipos directivos y claustros, eso sí, con resultados muy distintos. En la publicación precitada, Machín constata el variopinto abanico de posiciones de un representativo número de directores de centros de Educación Infantil y Primaria y de Enseñanza Secundaria de Cantabria además de la manifestada por la Policía Nacional o el consejero de Educación, Cultura y Deporte.

La foto finish sobre el uso de móviles, bien en el contexto educativo del aula o en las instalaciones escolares en los tiempos de recreo, por ejemplo, presenta imágenes totalmente dispares. Hay centros que tienen prohibido su utilización a los alumnos en todas las instalaciones; ni siquiera permiten su manejo en actividades extraescolares, como en las excursiones, por ejemplo. Esta medida, yo no la comparto; sí la respeto.

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Otros centros han optado por educar a sus discípulos, en lugar de prohibir, en el empleo pertinente del recurso que aporta el teléfono móvil en el aula en momentos concretos y en actividades y situaciones específicas. Además, en ese contexto educativo, favorecedor de valores que sensibilicen a los niños, adolescentes y jóvenes sobre el uso honesto y responsable del móvil, la comunidad educativa: equipos directivos, profesores y padres o tutores, derrocha energía, sin escatimar recursos, para generar entre los estudiantes una actitud colaborativa positiva, con la finalidad de comprender, interiorizar y utilizar adecuadamente el extraordinario potencial personal, educativo y social que aporta un terminal inteligente como es el teléfono móvil.

De todas formas, en el ámbito escolar, la respuesta debe darla el profesorado. La decisión sobre la utilización cotidiana o no del teléfono móvil en el aula se circunscribe al ámbito de la autonomía pedagógica y libertad de cátedra de los profesionales docentes. Ampararse en las bondades o no de la legislación estatal y/o autonómica; en los currículos más o menos cerrados y, si se me permite la jocosidad, en el “empedrado” o en cualquier otras razones, más o menos poderosas, se me antoja un tipo de excusa que traslada la responsabilidad de una eventual prohibición a la inmadurez de los alumnos, a los peligros que entraña internet (sic) y ello solamente contribuirá a mantener el sistema educativo en una obsolescencia crónica de lamentables consecuencias en el futuro.

Por tanto, son ellos, los profesionales docentes, quienes deben buscar y encontrar la 3 alumnoenclase (3)tecla que concilie metodologías con todo tipo de recursos, sean convencionales, o bien tecnológicos –teléfono móvil, por ejemplo, incluido- para el cambio de paradigma en los procesos de enseñanza aprendizaje. Terminemos con las especulaciones y apostemos por incluir nuevos criterios pedagógicos que integren los recursos que aportan las nuevas tecnologías de la información y de las comunicaciones TIC y, particularmente, el teléfono móvil inteligente. 

En esa tarea, y a pesar de la inexistencia de una normativa específica, adquiere una especial relevancia y protagonismo la necesaria aportación y orientación permanente de la Administración educativa. Tal vez convendría un marco regulatorio indicativo que recomendara el uso del móvil en tareas educativas en un futuro inmediato. Yo me adhiero con firmeza y determinación a quienes apuestan por el cambio sin precedentes que posibilita la incorporación de las (TIC) en el aula. El teléfono móvil inteligente aporta un potencial educativo sin igual, un recurso imprescindible, particularmente a partir de los estudios de Educación Secundaria Obligatoria (ESO). Quienes así pensamos, no escatimamos esfuerzos orientados a persuadir a docentes, a discentes y al conjunto de la comunidad educativa, sobre las bondades que aporta las innumerables posibilidades de aprendizaje con toda la energía que proporciona la fuerza de nuestra razón.

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Sin entrar en las impresiones y consideraciones concretas, interesantes e ilustrativas, de los reconocidos directores de centros cántabros citados en el reportaje “El móvil llega tarde a clase”, quiero incorporar otra reflexión que comparto y que tuve la oportunidad de leer hace unos meses en la sección de tecnología y educación del diario El País en “Siete razones por las que se debe encender el móvil en clase”. En aquella ocasión, Susana Pérez de Pablos hizo un relato constatando hechos absolutamente evidentes. En la entradilla de su escrito, Pérez de Pablos ponía el dedo en la llaga: la tecnología ya ha llegado a las aulas, pero a menudo la pedagogía que se usa aún le da la espalda. Y tiene razón, según mi punto de vista.

El día que el profesorado, en general, inicie sus clases diciendo a sus pupilos “encended los teléfonos móviles”, u otra frase de similar significado, en lugar de “apagad los móviles”, o expresión parecida, que es lo que sucede en la mayor parte de los centros educativos en la actualidad, habrá llegado un cambio real y efectivo en las aulas. Ese momento marcará el inicio de otra época en el ámbito educativo. Será el principio del triunfo de la necesaria renovación-revolución pedagógica y metodológica por la que clama un modelo académico que responda al escenario personal y social de los jóvenes que pueblan las aulas de los centros españoles y de Cantabria.

Los centros educativos disponen de suficientes recursos tecnológicos. Las dotaciones en TIC han sido incorporadas de manera generalizada en todos los centros sostenidos con fondos públicos. Ello se producido simultáneamente a la generalización del uso de esas herramientas en el día a día de los ciudadanos. Los hogares disponen de ordenadores personales, portátiles, tabletas y ¿cómo no?, la inmensa mayoría de sus miembros, de teléfonos móviles inteligentes.

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Todos esos soportes proporcionan un acceso cuasi ilimitado al conocimiento y al aprendizaje. Con ellos ha venido el cambio que ha posibilitado otras vías conducentes a la información, al conocimiento, al aprendizaje y a innumerables oportunidades formativas dentro y fuera del aula. Ahora se cuestiona los convencionales mecanismos de transferencia del conocimiento en la escuela a través del maestro, del profesor, del libro de texto en el proceso de enseñanza aprendizaje. Algunos estudios, recientemente publicados, reafirman lo que parece obvio aunque siempre hay quien trata de esquivar el viento poniendo puertas artificiales.

¿Dónde está la frontera del proceso de enseñar y aprender? ¿Quién posee el caudal del conocimiento? Parece que tenemos que comenzar a valorar una eventual realidad que se ha generalizado en todos los contextos ciudadanos, también en la escuela. Cada día existe menos distancia entre los conceptos enseñar y aprender. Preguntas que comiencen por: qué, dónde, cómo, cuándo,… tal vez nos den alguna posible respuesta al nuevo escenario que aleja a la escuela y a los profesionales docentes del protagonismo exclusivo en materia de enseñanza aprendizaje. Internet y todos los dispositivos inteligentes que el mercado ofrece a los ciudadanos es el causante de los avatares apasionantes de todo orden que se están produciendo en los más variopintos contextos sociales. En la escuela también. Y el teléfono móvil inteligente ocupa un lugar destinado a liderar el protagonismo en el cambio de paradigma social de esta primera parte del siglo XXI. También en la escuela.

Concluyo con una última consideración que justifica mi decidido apoyo al uso de todos los recursos TIC al alcance de los ciudadanos y de los centros escolares, teléfono móvil inteligente incluido. La escuela es una de las instituciones educativas clave, junto a la familia. Optemos por educar al alumnado en el uso correcto del teléfono móvil en la clase, y fuera de ella, de la misma manera que les educamos en otros valores atemporales y transversales asumidos en esta sociedad occidental a la que pertenecemos. Prohibir es despertar el deseo, ¡que se lo pregunten a Adán! Y por otro lado, ¿qué resuelve la prohibición del uso del móvil en el aula?… y ¿por qué no fuera del aula?

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¿Alguien se ha planteado prohibir a un adolescente bañarse en la piscina o en la playa, por el riesgo que conlleva de un posible accidente con consecuencia de ahogo; leer libros de aventuras o ciencia ficción, por ejemplo, ante el riesgo que comporta el que caiga en sus manos el Kamasutra; montar en bicicleta,…; subirse a un árbol,…? Algunos profesores de Decroly han tratado este tema directa o indirectamente en los últimos años, tal y como referencio a continuación.

Otras entradas relacionadas publicadas en este blog

El uso del móvil en clase, Gaël Nevoux, 21 de mayo de 2015

“Encended los móviles”, Álvaro Peña, 29 de abril de 2015

El móvil, ¿responsable de todos los males?, Gaël Nevoux, 28 de octubre de 2014

¿Podemos educar con los smartphones?, Laura Piney, 19 de abril de 2013

Convocatoria ¡Anda!, el móvil…, FJM 5 de noviembre de 2012

¿Debe entrar el teléfono móvil en el aula?, Antonio Díez, 31 de mayo de 2012

Decroly financia dispositivos móviles a sus alumnos de FP, FJM, 13 de abril de 2012

El uso de los móviles, Miguel Ángel Rodríguez, 20 de octubre de 2011

Internet móvil. Las nuevas aplicaciones se cuelan en las aulas, Sergio Ibáñez, 12 de octubre de 2011

Los smartphones ponen el mercado de la telefonía por las nubes, Sergio Ibáñez, 16 de junio de 2011

 

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