Hablar de los estudiantes que llenan las aulas de los centros educativos españoles exige asimismo reflexionar sobre la figura del profesor que guía su desarrollo académico y personal
En unas recientes declaraciones, el secretario de Estado de Educación, Mario Bedera, afirmaba que en las aulas solamente tienen cabida los mejores profesores. Por ello, el Ministerio de Educación trabaja en un nuevo modelo de acceso a la función docente, en el que ya se implican los consejos escolares autonómicos y del Estado con la finalidad de aportar sus reflexiones y recomendaciones.
Personalmente, me siento muy orgulloso de pertenecer a la Comisión de Planificación General de la Enseñanza del Consejo Escolar de Cantabria. Todas las comisiones temporales del Consejo Escolar de Cantabria se encuentran trabajando, en la actualidad, sobre un único tema de debate: el profesorado del siglo XXI. Y lo hacen en torno a cuatro aspectos esenciales: su selección, tanto para el acceso a la formación como para el puesto de trabajo; su formación inicial; su formación permanente y su evaluación.
En Mi crónica de 6 de mayo, presenté Debate sobre el profesorado del siglo XXI y plasmé algunas pinceladas sobre el estudio abordado en el seno del Consejo Escolar de Cantabria y sus comisiones de trabajo temporales, en torno a la figura del profesor del siglo XXI. Es un sentimiento generalizado, no solamente del Ministerio de Educación y de las autoridades educativas autonómicas, sino también de toda la ciudadanía, afrontar el reto educativo que demanda el mundo que nos toca vivir. Ese estado de ánimo se encuentra motivado, probablemente, por los cambios tecnológicos, económicos y sociales, acaecidos desde la entrada del presente milenio, los más determinantes que jamás haya experimentado la humanidad, en un espacio de tiempo similar.
¿Qué nivel de influencia ejerce sobre la población en general y sobre los jóvenes en particular las redes sociales, por ejemplo? ¿Cómo afecta a la vida de los ciudadanos; de las empresas e instituciones; de los organismos públicos y privados, la presencia de Facebook, Twitter, Tuenti, Blogger, YouTube, LinkedIn, Spotify, etc.? ¿Qué nuevos roles deben desempeñar los padres de familia, los dirigentes empresariales e institucionales para canalizar las fortalezas que aglutina una población 2.0?
Formulados estos interrogantes, añado otros más específicos del mundo educativo: ¿Cómo deben los profesionales docentes gestionar los grupos de escolares y estudiantes que han nacido en una sociedad 2.0, tan diferentes a aquellos otros con los que trabajaban, con medios analógicos, en el pasado siglo XX? ¿Cómo son los niños, los adolescentes y los jóvenes que se encuentran en nuestros centros educativos hoy? ¿Qué esperan del sistema, de nosotros profesionales docentes, todos estos jóvenes? ¿Qué habilidades deben alcanzar para tener éxito en esta realidad social descrita, en los albores del siglo XXI, en donde proporcionar información y conocimiento ha dejado de ser patrimonio de la escuela?
El mundo ha experimentado cambios radicales en muy corto espacio de tiempo. Todos los nacidos a partir de los años 90’ del pasado siglo XX han vivido en un mundo con ordenadores y toda suerte de dispositivos digitales. Acceden a la información y al conocimiento no formal en tiempo real, a través de internet y la mensajería instantánea, conectando con otros jóvenes de cualquier lugar del planeta. Esta generación de ciudadanos, a quienes se les otorga el apelativo de digitales, demandan al sistema educativo profesionales docentes capaces de comunicarse a través de los medios que ellos usan –redes sociales, mensajería instantánea, blogs- y que mantengan viva su motivación para afrontar los cambiantes retos vitales a los que se enfrentan.
Algunas veces lo he mencionado en otros posts recurrentes. Los jóvenes de hoy se han labrado otras expectativas, diferentes a las de aquellos nacidos anteriormente a los años 90´. ¡No se parecen en casi nada! ¿Y nosotros, los docentes? ¿Hemos cambiado lo suficiente como para comprender a esta nueva generación de ciudadanos? Ellos, nuestros alumnos, pueden desarrollar varias tareas simultáneamente; pueden mantener su atención dividida para realizar varias actividades a la vez, eso sí, durante muy poco espacio de tiempo. Ello es consecuencia del impacto multimedia en el entorno en que viven.
Algunas de estas reflexiones son fruto de mi experiencia personal. Mi hijo menor, de diez años de edad, se divierte con un videojuego en su portátil; participa de las conversaciones familiares; ve la televisión y responde en el Messenger a varios de sus compañeros de clase y amigos que concurrentemente conectan con él por diversos motivos. Además, y de repente, te increpa: papá, ¿jugamos un rato al fútbol? Su actividad es muy dinámica. De lo contrario, se aburre, dice. Si, es cierto, se aburre. Yo le creo y esa sensación me la traslada, en no pocas ocasiones, al ámbito escolar.
Con este prototipo de niño y de joven estudiante, no es de extrañar que sus expectativas en el aula sean acordes con las destrezas que experimente en su vida cotidiana. El problema surge cuando al llegar a clase, este alumno se encuentra con un regreso, como si del túnel del tiempo se tratara, a la prehistoria social y tecnológica, a un mundo analógico que nunca ha conocido y que rechaza por lento, aburrido y caduco. Además, los constantes inputs audiovisuales que recibe le inducen a requerir actuaciones didácticas que favorezcan el desarrollo y consolidación de esas habilidades multitarea en las que se encuentra inmerso en su vida personal y que la sociedad le demandará cuando se incorpore al mundo laboral.
Las inteligencias múltiples del individuo, teoría que preconiza el recientemente galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales 2011, Howard Gardner, al referirse a la escuela inteligente, advierten sobre la diversidad de capacidades innatas de las personas. La inteligencia humana no es única ni idéntica. Consecuentemente, los profesionales docentes, conscientes de esa realidad, recurrirán a un conjunto plural y diverso de mecanismos metodológicos y de procedimientos, a veces común, a veces distinto, para cada estudiante, que implementen y satisfagan sus potencialidades intelectuales individuales. Los profesionales docentes serán más eficaces cuanto méjor detecten esas diferencias intelectuales individuales innatas y encuentren la metodología y los recursos didácticos más adecuados para cada caso. Los estudiantes de hoy deben prepararse para afrontar diversos retos de empleabilidad, escasa hoy en día, por otra parte. Esa es la razón por la que los jóvenes que habitan las aulas de los centros educativos han de adquirir habilidades que les cualifiquen para adaptarse a entornos rápidamente cambiantes como los actuales. La obsolescencia, fruto de los avances continuos de las nuevas tecnologías, exige al alumno, al estudiante, al ciudadano, un compromiso con el aprendizaje a lo largo de toda la vida activa, también, en un contexto globalizado, en el que en no pocas ocasiones se verá obligado a competir en otros lugares distintos a su residencia habitual, incluso en otros países.
En consecuencia, los estudiantes actuales están “condenados” a aprender idiomas y a adquirir conocimientos sobre la comunidad internacional. Además, el fenómeno de la globalización exige esfuerzos de adaptación e integración multicultural y multilingüística, en la que la comunicación interpersonal y en grupo, y las habilidades cooperativas, se me antojan esenciales.
Los estudiantes del siglo XXI han de adquirir otras habilidades y desarollar capacidades que favorezcan su madurez y desarrollen su inteligencia emocional. Todo ello, sin perjuicio de adaptarse al trabajo cooperativo en equipo para facilitar la optimización en la productividad empresarial y asimilar las cambiantes tecnologías de la información y de las comunicaciones (TIC) que condicionan el desarrollo personal y profesional de cada individuo y su aportación a la productividad, calidad y competitividad de las empresas.
Resumiendo: los estudiantes de hoy han nacido en la era de internet, en la era digital. Para triunfar en esta sociedad del siglo XXI requieren unas habilidades y competencias que satisfagan las exigentes demandas personales, de la sociedad en general y del mundo empresarial, en particular. Su hábitat habitual gira en torno a un teléfono de última generación, un ordenador con internet, una permanente inmersión en redes sociales, su capacidad para desarrollar habilidades multitarea y colaborativas y, en suma, alrededor de una nueva forma de comunicarse globalmente y aprender. En este contexto y con ese perfil, ¿Cuál es la respuesta de la escuela a la hora de formar estos estudiantes? ¿En qué medida el sistema educativo y los profesionales docentes atienden adecuadamente las demandas que la sociedad y los propios educandos exigen?
Hagamos una reflexión individual y colectiva para sacar las oportunas consecuencias sobre el perfil del estudiante del siglo XXI; marquemos una hoja de ruta para interactuar con nuestros alumnos, en su «idioma digital» y, finalmente, pongamos todos los recursos necesarios para conseguir que los estudiantes del siglo XXI se sientan totalmente realizados en la escuela, a través del desarrollo de sus capacidades e inteligencias individuales. De lo contrario deremos por bueno el proverbio chino: «Si el alumno no supera al maestro, ni es bueno el alumno ni es bueno el maestro.»
Leyendo este artículo, me doy cuenta de la importancia que tiene qel profesor en esta sociedad y lo poco valorados que estamos en todos los ambitos, sociales y economicos.
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